Una de las maneras –quizás la mejor– de reconocer nuestros dones y talentos cuando nos sentimos perdidos y pensamos que no tenemos ninguno, es detenernos a recordar nuestra infancia y adolescencia. Regalarnos un tiempo a solas, en silencio, cómodos, con lápiz y papel en mano. Sentarnos a recordar esos primeros años de nuestra vida; y en ese trabajo profundo, tomando nota, hacernos las siguientes preguntas:
En esa etapa de mi vida:
Pues bien, en mi trabajo personal hice esa revisión, y recordé entre otras cosas, que, en aquellos años de mi vida, me gustaba conversar, empatizar e incluso, me atrevía a dar consejos a personas que por lo general eran mayores que yo. Me entretenía mucho hablar con mi primo Óscar, quien tiene unos siete años más que yo, y también con un amigo de la familia, Jairo Castellanos, con aún más “primaveras acumuladas”. Con ambos filosofaba y reflexionaba sobre la vida y, sobre todo, disfrutaba de esas conversaciones.
Recordé que me gustaba leer frases y aforismos, que siempre buscaba la sección “citas citables” de la revista Selecciones. Me gustaba escribir y llevaba un diario con mis reflexiones (no sé qué lo hice, me gustaría poderlo consultar hoy), pero se vino a mi memoria cuando en mi último año de bachillerato participé en el “Club de Periodismo” del liceo, y escribí un artículo de reflexión que, con mi “modestia” de ese entonces, no quise firmar como de mi autoría, y entonces lo firmé como: “Los alumnos del 4to A”. Ese artículo fue reconocido en un Festival de Clubes de Periodismo del estado Mérida; nadie de mi familia lo supo, transitaba sola ese camino.
Con la emoción que esto me generó llegué a pensar que quería escribir, escribir un libro, pero no lo hice.
Recordé (porque también lo había olvidado) que, en mi último año de bachillerato, llegado el momento de hacer la solicitud de la carrera que me gustaría estudiar en la universidad, en la que podíamos escoger tres opciones, yo pedí: Letras, Filosofía y Psicología. No me quedé en ninguna. Tal vez porque en ese momento una de mis creencias era que los cupos para estudiantes de escuelas públicas, y más si eran del interior del país, eran escasos; o tal vez porque “no me tocaba”. De haber sabido en aquel momento un poco más acerca de la capacidad manifestadora que tenemos, habría estudiado en la mejor universidad de país, con los mejores profesores de psicología, me habría graduado con honores y hoy llevaría más de 30 años de exitosa carrera, especializada en Psicología Positiva, y habría ayudado a miles de personas, es decir, ¡otra historia sería! Pero bueno, eso es “si hubiera”, y hoy sé que ese tiempo no existe y ya no me quejo por lo que pude hacer y no hice.
Fue así como reconocí mi vocación, que siempre la tuve, solo que por mis creencias de entonces la fui solapando, escondiendo, sombreando. Pero como los dones y talentos nos persiguen, por más que cambiemos de rumbo, un día se nos vuelven a cruzar. En mi caso se me cruzó a los 34 años. A esa edad, mi vocación comenzó a coquetearme mostrándome -en primer lugar y quizás para que más adelante, llegado el momento, sí tuviera la capacidad de verla- información que me permitió ir conociéndome verdaderamente, descubriendo el poder creador que tengo (y que todos tenemos), la capacidad de transformarnos cuando así lo decidamos, sin importar edad, espacio o tiempo; me mostró herramientas que me ayudarían a cambiar las creencias que hasta ese momento me habían definido. Así, entre el 2008 y el 2020, fui aprendiendo a trabajar en mí misma, un trabajo profundo, de raíz. Trabajé en mi autoconocimiento, en mi amor propio, aprendí de qué se trata la verdadera y genuina gratitud, el perdón, la abundancia, la felicidad, la manifestación… temas, de los que hoy hablo.
Mi vocación me dio la oportunidad de practicarla primero en mí, para que aquello que hoy enseño también pueda vivirlo, y así ser una verdadera mentora. Fue tan hermoso el camino vivido, las experiencias y aprendizajes, que en 2020 lo entendí y me dije:
Por eso, hoy puedo decir con certeza cuál es mi vocación, a qué me dedico: “Servir y acompañar a otros en su camino de autoconocimiento, para que descubran su poder creativo manifestador y reconozcan que la felicidad es su derecho.”