Si yo hubiera nacido en otro país, tal vez no hubiese tenido que emigrar; si hubiera estudiado otra carrera, si me hubiera casado más joven, si no hubiese tomado ciertas decisiones, si no hubiera dicho esto o hubiera dicho aquello… hoy tendría o no tendría tal cosa, sería o no sería tal persona… ¿de verdad? …Quien sabe, tal vez, quizás. Todas son suposiciones y no debo hacer suposiciones. ¡Qué gran acuerdo!
El hubiera, un tiempo que no existe, no existió, ni existirá; pero que nos empeñamos en extraerlo de un pasado que no fue, re-crearlo en un presente que no es o proyectarlo en el futuro que nadie ni nada nos garantiza que será.
No tiene sentido dar vueltas y perder el tiempo presente con esas vacilaciones. Lo que fue fue y lo que no fue, no fue. Debemos aceptarlo, dejar de pelearnos con la realidad, con lo que es. Porque es lo único que pudo ser, así de sencillo.
Vivir en el presente, en el aquí y ahora, incluye soltar los hubiera, liberarnos de ese peso, porque definitivamente no nos llevará a nada más que a vivir en la queja. Nos bloqueará, seguiremos viviendo como víctimas, nos impedirá expandir nuestra creatividad y ser felices.
Seguramente has escuchado esto de que lo que sucede es lo mejor, ¿a que si? Frase trillada, consuelo de tontos, ¡Pero qué gran verdad! Además, sucede para tu evolución. Las personas que han estado en tu vida son las únicas que pudieron estar (te guste o no) de acuerdo a tu nivel de consciencia de esas etapas. Las experiencias, los lugares, los tiempos (mucho o poco), en fin, todo lo sucedido es lo único que podía suceder. Y por qué lo sé, porque fue lo que sucedió, porque hoy, uniendo los puntos me doy cuenta que todo fue necesario, ¡es que no había cabida para algo diferente! ¡Qué sabio es el Universo!
De niña, en mi casa siempre vi que los recursos económicos los proveían mis hermanos mayores. Ellos vivían en Caracas, se habían ido desde muy jóvenes a trabajar, a hacer sus vidas y nos enviaban dinero. Mis padres ya eran mayores y no tenían un trabajo formal que les generará ingresos. Entonces, en mi mente siempre tuve la idea que al salir de bachillerato yo también me iría para Caracas, para poder trabajar, estudiar una carrera universitaria y enviarle dinero a mis padres. Así lo hice.
Sin embargo, apenas me gradué de bachiller, llegado el momento de tener que irme tal como siempre había dicho que lo haría, sentí miedo, y por un momento quise retractarme, quedarme en mi pueblo, El Vigía. Afortunadamente, mi sabia madre, se dio cuenta que yo estaba reculando y me preguntó: “¿Oiga, usted no había dicho que se iba para Caracas?”
Todavía no había cumplido los 17 años, y aunque era una niña, ella confiaba en mí, siempre confió. Valiente, me hizo la maleta, llamó a mi hermana Albis para que me recibiera en su casa, me tomó de la mano y me llevó al terminal de pasajeros. Me fui de mi pueblo. Comencé a trabajar muy rápido, podía enviarle dinero a mis padres y estudiar.
Viví con mi hermana unos pocos meses porque ella se mudó al litoral, y me quedaba un poco lejos para ir y venir todos los días a mi trabajo, entonces me fui a vivir con mi hermano Alirio, con él y su familia viví un par de años. Luego, viví en casa de una familia amiga en Caricuao, los Rodriguez. Después alquilé una habitación en San Martín, de allí me mudé al Paraíso, viví en casa de doña Mirella de Orta, después en una residencia de estudiantes… luego en el apartamento de mi hermano mayor, Felix, en la Avda. Baralt. Me di cuenta que mi período en cada uno de estos lugares era de dos años (no se si tiene un significado especial este detalle), hasta pude alquilar un apartamento en el Paraíso que compartía con mi sobrina Sonia y una amiga, Marili. Allí viví casi 10 años, transcurrido ese tiempo logré comprarme mi apartamento en Los Palos Grandes.
Fueron muchas las experiencias vividas, personas que llegaron a mi vida, unas para quedarse; otras de pasada, pero todas sin duda vinieron a enseñarme algo importante y necesario en cada etapa de mi vida. A mostrarme algo de mí que yo no era capaz de ver, para ser ese espejo que necesitaba y así darme cuenta de lo que yo reflejaba; mis defectos y virtudes, mis brillos y mis sombras, mis capacidades y limitaciones.
En todo ese tiempo, muchas veces me decía o me preguntaba: “Qué si yo me hubiera quedado en mi pueblo, si mi mamá no me hubiese preparado la maleta y enviado a Caracas. Qué si no hubiera tomado este trabajo o el otro, si no hubiera “perdido el tiempo” estudiando aquello. Si no me hubiera equivocado eligiendo a esta persona o a la otra…” Hasta que entendí que todo era necesario, todo es necesario. Nada pudo ser diferente y en honor a la verdad, hoy hasta me gusta todo lo que viví, cada error, cada angustia, cada miedo. Todo fue necesario y lo único que podía vivir para mi evolución.
Cuando reconocemos esto somos agradecidos. Soltar los hubiera, es otra clave para evolucionar, para transformar nuestra realidad, para vivir a plenitud en el presente. Para ser felices.