Es muy común no saber lo que queremos, de hecho, en el camino del autoconocimiento una de las cosas que buscamos es precisamente eso: ¡saber qué diablos es lo que quiero!; o al menos acercarnos lo más posible a ello, puede que nunca lleguemos a saberlo.
Quiero encontrar lo que quiero, pero no sé ni siquiera qué es lo que quiero, ¡Una locura! Es muy loco porque no puedo encontrar algo que no sé qué es. Debo tener detalles, información, para poder hallarlo, para ser capaz de verlo cuando me pase en frente. Para no volver a equivocarme y en medio de la confusión tomar otra cosa que no es. Necesitamos claridad, nitidez.
Pero ¿cómo lograr esa claridad? Te daré un truco. A que sí sabes lo que no quieres, lo que no te gusta. Si es así, podemos decir que tenemos el 50% del trabajo hecho. Lo que no quiero repetir, lo que no estoy dispuesto a aceptar; desde lo más simple hasta lo más complejo y en el ámbito que sea: laboral, sentimental, de familia, personal, con el dinero. Sí sé lo que no quiero, por deducción, me acerco a lo que quiero.
Ahora bien, en nuestro trabajo personal nos podemos encontrar con una barrera aún mayor: No saber lo que no quieres o peor aún no atrevernos a reconocerlo. Porque reconocerlo implica tomar acciones, si no, qué sentido tendría el trabajo. Si este es tu caso, como fue el mío, el compromiso debe ser mayor, tenemos un trabajo adicional: entender por qué no lo reconoces. Por qué sigues repitiendo patrones, por qué sigues viviendo una triste vida, atada, enganchada, incapaz de ver lo que te daña, auto engañándote, sin darle lugar a la razón. Por qué sigues haciendo las mismas cosas y en el mismo trabajo que te hace sentir un perdedor. Por qué sigues con la misma pareja, por qué no haces nada para cambiarlo. ¿Por qué? ¿Es merecimiento, inseguridad, dependencia, acaso necesidad? Por qué sigo en relaciones que me menosprecian, que no me valoran, que no me dedican tiempo, viviendo en un constante desamor… ¿Cuál es el miedo a soltar eso que me daña?
Quizás, es porque tus creencias te han dicho que la vida es eso y lo has normalizado. Porque crees que lo que haces te determina o que ya es tarde para comenzar algo nuevo. Porque de lo bueno poco, porque “loro viejo no aprende a hablar”, porque “la vida es como es y no con quien es» (y un montón de refranes o frases que la cultura popular nos ha implantado. A mí que me acompañaron por mucho tiempo, ¡tamaña compañía!).
Me sucedió. En las relaciones de pareja el patrón que repetía era el de nunca ser prioridad. Cuando no eran los padres de él los que estaban antes que yo, era el trabajo; y si no, una hija del primer matrimonio… Personas diferentes, un mismo patrón. ¿Por qué me encontraba con personas que tenían otros asuntos primero que yo y por qué lo aceptaba? ¿Por qué ese patrón?
Afortunadamente me armé de valor, indagué, profundicé y por supuesto, tomé acciones. Regresé incluso al momento de mi concepción (si es necesario debemos llegar hasta allá) y hallé una explicación, al parecer muy certera, porque a partir de allí todo cambió. Lo más importante es que fui capaz de darme cuenta y de atenderlo, porque, repito, no es solo darnos cuenta, es luego saber qué hacer con eso. A partir de allí, supe que no quería una relación en la que yo no fuese la prioridad y ahora esa es mi realidad.
Por otra parte, en mis demás relaciones estaba la necesidad de ser reconocida, valorada, de ser necesaria. ¿Por qué? También lo atendí, y obviamente lo transformé.
Se requiere valentía y decisión. Anteponer la razón al corazón para poder hacer limpieza y eliminar la basura que nos impide andar, los obstáculos que nos impiden avanzar; esquemas que no nos sirven para nada más que para satisfacer a otros a expensas de nuestra propia insatisfacción. A eso se le llama la Sabiduría del No. Es un filtro. ¡Ya sabes lo que no te gusta! ¡Ufff que gran paso!
Ahora sí, sabiendo lo que no quiero, puedo poner límites sanos, comunicarme asertivamente, establecer relaciones basadas en lo que soy, no en lo que necesito. Puedo disfrutar sin culpa, mandar al carajo a quien tenga que mandar, incluso preferir estar sola(o). Es un egoísmo positivo y necesario.
Cuando desciframos lo que no queremos, comenzamos a ser libres. Comenzamos a pensar en nosotros y en nuestra dignidad personal, a tener autonomía. Tal vez la sabiduría está allí, en saber lo que no quiero, no tanto en saber lo que quiero.